Entre los muchos logros alcanzados por la civilización sumeria, destaca la creación del derecho y sus primeras codificaciones. Como señala Kramer, hasta 1947, el código mas antiguo del que se tenía conocimiento era el Código de Hammurabi. En esta fecha se descubriría el Código de Lipit-Ishtar y en 1952 el Código de Ur-Namma, al que dedicaremos este pequeño estudio.
Con razón puede afirmarse que el código de Ur-Namma es el más antiguo que conocemos en la actualidad. Textos anteriores como las reformas de Enmetema (2404-2375 a.c.) o de Uruinimgina (2352-2342 a.c.) carecen de valor normativo.
Ur-Namma, fundador de la Tercera Dinastía de Ur (2150-2050 a.c.) restauró el sumerio como lengua oficial, fijó nuevos sistemas de pesos y medidas y edificó el primer zigurat de Mesopotamia. Pero su contribución más importante, como hemos señalado, es el código que lleva su nombre, y que fue hallado en una tablilla en las excavaciones arqueológicas de la ciudad de Nippur en 1952.
En el prólogo del código, previo a su articulado, afirma que con la fuerza de Nanna (nombre sumerio del dios-Luna, cuyo nombre semítico es Sin), por medio de la orden justa de Utu, dios tutelar de la justicia, establecí la justicia en el país y expulsé el desorden y la iniquidad. A continuación, se recogen 32 artículos, que conforman propiamente la di (disposición legislativa).
El primero de ellos constituye un ejemplo de la Ley del Talión, ley que consistía en devolver idéntico daño al ofensor. Y así, “si un hombre ha cometido un asesinato, se matará a ese hombre”. También se prevé la pena de muerte para quienes han cometido actos de bandidaje, así como para el hombre que desflore a la mujer (no desflorada) de otro hombre. Una particular punición se establece para la mujer que abandone a su marido y tenga relaciones sexuales con otro hombre, conducta que ha de ser sancionada por el propio esposo, quien matará a la mujer. Curiosa acotación se establece para el amante, a quien se le concederá la libertad.
El distinto valor del ser humano, en la desigual sociedad sumeria, se observa en el parágrafo 8. Así, desflorar a una esclava actuando indebidamente es sancionado con una pena económica.
Las rupturas matrimoniales generan un derecho de indemnización para la esposa. Así, el parágrafo 9 dice que “si un hombre se divorcia de su esposa principal, pesará una mina de plata” y el 10 afirma que “si él se divorcia de una viuda, pesará media mina de plata. Comenta las normas Lara Peinado afirmando que la indemnización por divorcio, fijada en 500 gramos de plata, estaba sujeta a minoración o aumento por los tribunales, quienes tenían una relativa libertad para fijarla. El menor valor del divorcio de la viuda se basaba en razones económicas (herencia del anterior marido, bienes propios…) y morales (pérdida de la virginidad).
Se castigan también las conductas que atentan contra el derecho al honor, como las falsas acusaciones (calumnias). Así, acusar a otro hombre de practicar la brujería o a una mujer de haber sido infiel a su marido, cuando las acusaciones son manifiestamente falsas, genera un derecho a indemnización.
El código dedica un apartado especial a los delitos de lesiones. Así, “si un hombre le ha cortado a otro un pie en una pelea, le pesará diez GIN de plata” (83 gramos de plata). “Si le ha roto un hueso, 60 GIN”, “si le ha cortado la nariz dos tercios de mina de plata” (332 gramos de plata).
Se castigan lo que, en la actualidad, denominaríamos “delitos contra la Administración de Justicia”. De modo que “si un hombre ha comparecido como testigo y ha rehusado prestar juramento, indemnizará de aquello de lo que sea objeto del proceso”. “Si ha comparecido como testigo y ha sido declarado perjuro, pesará 15 GIN de plata (124,5 gramos de plata). El falso testimonio o el negarse a jurar, lo que en la práctica supone tener la posibilidad de mentir, entorpecen el normal funcionamiento de los procesos judiciales y, por consiguiente, del propio sistema judicial.
Dejar las tierras cultivables sin trabajar era también motivo de punición. “Si un hombre ha dado a otro hombre un campo arable para que lo cultive, y él no lo ha cultivado y lo ha vuelto improductivo, medirá por cada IKU de campo (3600 m2) tres GUR de grano.
La tablilla 3191, la que recoge el código, presenta un estado de conservación muy deficiente, de modo que algunos artículos resultan ilegibles. El último de los preceptos indica que “si un hombre ha dado (a otro) un campo sin cultivar…”.
De la síntesis del Código de Ur-Nammu, cuya mención como más antiguo esperan los sumerólogos que sea temporal, pueden extraerse las siguientes consideraciones:
1) Influyó decisivamente en el Código de Hammurabi, que copia alguno de sus preceptos.
2) Nos muestra un sistema jurídico avanzado, que pivota esencialmente sobre un sistema de indemnizaciones que busca garantizar el cumplimiento de la ley y, en su caso, la reparación del daño causado.
3) Si bien penológicamente muestra ciertos arcaísmos, como sucede con la esposa infiel a la que debe asesinarse, quedando libre el amante, los mismos son reflejo de un estadio de la civilización compatible con la situación de sumisión de la mujer.
4) No ha de creerse que resulta reflejo de una sociedad ejemplarmente justa, pues como señala Kramer, “profesaba los ideales de justicia, equidad y compasión, pero la injusticia, la desigualdad y la opresión estaban a la orden del día”, aspecto este que, sin embargo, podeos hacer extensible a nuestro sistema jurídico actual y a nuestra sociedad presente.
Bibliografía
-La historia empieza en Sumer. Samuel Noah Kramer.
-Los primeros códigos de la humanidad. Federico Lara Peinado.
-Las civilizaciones de Mesopotamia. Historia National Geographic. Tomo 4.
En la crisis del COVID-19 el mundo jurídico está reaccionando como era de esperar, es decir, manifestando su inoperancia y su consabida dosis de irrealidad. La teoría imperante, la “iuriscéntrica”, que afirma que el derecho se sitúa en el centro y la sociedad, la economía, la política, la ciencia y demás planetas de conocimiento dibujan órbitas desiguales a su alrededor, impide que el derecho y sus operadores jurídicos sean capaces de dar respuesta a las distintas realidades sociales. Nada nuevo bajo el sol. Propuestas, contrapropuestas entre los grupos dirigentes, con escasa o nula participación de quienes de verdad conocen ese mundo jurídico, es decir, quienes se baten el cobre cada día en los juzgados. Grupos rectores, de impronta “precopernicana”, que parecen no haber advertido que el derecho es una disciplina de conocimiento que orbita alrededor de la sociedad y sus necesidades, generan un inmovilismo que, en esta concreta crisis, se manifiesta en una paralización de la justicia que no tiene precedentes. Mientas el papel se amontona en los juzgados y jueces y letrados de las distintas administraciones permanecen en sus casas de brazos cruzados a cambio de cobrar la nómina entera, muchos ciudadanos y numerosas empresas esperan con ansiedad sus juicios, la resolución de sus conflictos. Mientras la dirigencia discute las más que nunca vacuas solemnidades que deben reunir las reformas de agilización procesal, la sociedad espera respuestas, no ritos. El derecho no es una liturgia, no es una misa de domingo por la mañana basada en la fe sobre sistemas imaginarios, sino una necesidad operativa tangible que pivota sobre realidades concretas.
De todo ello se desprende que el derecho lleva un retraso de aproximadamente cinco siglos sobre la astronomía. Un retraso que sería preocupante si existiera una conciencia sobre la problemática pero que, no existiendo tal conciencia, cabe reputar como trágico. Al mismo tiempo, los Copérnicos y Galileos que denuncian una y otra vez las gravísimas carencias del mundo jurídico, son quemados en la hoguera de la irrelevancia, preteridos frente a los sacerdotes ptolemaicos, guardianes de las esencias, o, lo que es lo mismo, guardianes de un sistema jurídico erróneo que solo sirve para proteger sus sotanas, es decir, sus privilegios.
En esta entrada podemos leer una brillante reflexión de David Castell, letrado de la Seguridad Social en Barcelona, sobre la crisis que vivimos actualmente. Consciente de la importancia que supone poseer una Administración Pública que persiga el interés general, David pone de relieve la necesidad de un cambio en nuestra forma de entender «lo público».
Según la RAE, una sociedad, en su primera acepción, es “el conjunto de personas, pueblos o naciones que conviven bajo normas comunes”.
En cuanto al concepto de Administración Pública, el diccionario del español jurídico de la academia la define como “la Administración formada por el conjunto de los organismos y dependencias incardinados en el poder ejecutivo del Estado, que están al servicio de la satisfacción de los intereses generales, ocupándose de la ejecución de las leyes y la prestación de servicios a los ciudadanos”.
Parece tener cierta lógica pensar que la calidad de la convivencia de una sociedad, aunque con participación de otros factores, será directamente proporcional a la de su Administración Pública.
Empezando por la primera, para aquellos ciudadanos como yo que creemos decididamente en lo público, en una Administración fuerte como garante de la igualdad entre las personas y en que el bien común siempre se debe ubicar en priorizar lo colectivo frente a lo individual,la actual crisis sanitaria (que también lo va a ser social y económica) no hace sino reforzar nuestro planteamiento, sin que sus muchos detractores tengan hoy un solo argumento sólido para rebatirlo.
Y ello porque en estos días nadie duda que con actuaciones individualistas y descoordinadas la situación no sólo no se solucionaría, sino que se vería agravada. Es más, todo el mundo tiene claro que sólo con una actuación conjunta, unitaria y solidaria puede superarse la actual crisis.
Por ello creo que debemos aprovechar esta situación (como ha ocurrido o debió ocurrir con otros eventos históricos) para aprender que es lo realmente importante y transformar en consecuencia nuestra sociedad (y con ella nuestra Administración Pública).
Creo que no soy el único que está cansado y hastiado de ver, presenciar, incluso participar en comportamientos individuales egoístas y sobre todo desleales y desconsiderados con los demás, claramente integrados y normalizados en nuestro sistema político, social y económico, como si no hubiera alternativa, como si en cada situación siempre tengan que existir vencedores y vencidos, triunfadores y fracasados.
Habría que plantearse, aunque fuera por un segundo, como sería nuestra sociedad si los valores, actitudes y prioridades que hoy protagonizan la actuación individual y colectiva del ser humano se perpetuaran una vez la amenaza del Covid-19 se haya reducido lo suficiente como para no condicionar nuestras vidas cotidianas como ocurre ahora mismo.
Aplicando esa bonita ficción, todo el mundo percibiría que la mayor garantía de su calidad de vida estaría en proteger el sistema de todos y no en hacer la guerra por su cuenta, en que el mayor y mejor beneficio, no es aquel en el que se obtiene ventaja respecto al de al lado, sino aquel del que todos pueden aprovecharse.
Parece evidente que de esta forma se reducirían sensiblemente los niveles de pobreza, de desigualdad (y con ellos los de conflicto social) y esa sensación de enfrentamiento constante entre intereses contrapuestos que tan presente está en nuestros tiempos. Por el contrario, aumentarían sin duda los niveles de percepción individual de felicidad, los de justicia social y aumentarían los sentimientos reales (y no únicamente de bandera) de pertenencia a una sociedad y a una nación.
El único coste se centraría en que el crecimiento económico, el progreso social, los avances tecnológicos ya no serían tuyos ni míos, de un territorio u de otro, sino de TODOS, so pena, por su reparto, de llegar de una forma más gradual y menos intensa, pero también más sostenible y menos desigual.
Una Administración para todos
A mí ese coste me merece la pena, y creo que a todos en general, aunque a algunos les cueste verlo o bajarse de su gran nube de privilegios. Espero que este debate se plantee seriamente para que situaciones como la que estamos viviendo no vuelvan a mostrarnos por enésima vez el camino correcto, para que no vuelvan a evidenciarnos nuestra incapacidad para convivir como seres humanos.
Como trabajador público, paso ya a la segunda parte del título, creo que uno de los motores que deberían impulsar, promover y liderar esa transformación (junto con el sistema educativo) es nuestra Administración Pública.
Sin embargo, y hablo siempre desde mi experiencia, creo que esto, por el momento, está lejos de producirse.
Basta con acudir a la visión que una buena parte de los españoles tiene de su Administración, para advertir que, lejos de percibirla como una garantía de satisfacción del interés general, estamos más bien ante un grupo de privilegiados, laboralmente hablando, tras un período más o menos largo de oposición. Sin obviar la parte demagógica y sensacionalista de tan generalista definición, no se puede discutir que algo de realidad hay en ella. Y es que, si se busca la respuesta más repetida entre los aludidos, la ganadora es un elocuente “haber estudiado”, réplica que, tras rebajarse a la categoría del ataque, flaco favor hace a la función pública.
Por mi experiencia en cinco años de ejercicio, la Administración, en múltiples ocasiones (y por suerte, no en todas), lejos de ser la cabeza de un sistema público que prioriza a los ciudadanos, demuestra no ser más que una pequeña muestra de la sociedad actual, un conjunto de individuos que, como abducidos por su propia Organización, parece no tener más capacidad que para ocupar su silla, respecto a la que curiosamente desarrollan un extraordinario sentimiento de pertenencia que recuerda a los privilegios eclesiásticos o a los títulos nobiliarios
Como decía, en estos años he presenciado, en un número de veces poco deseable, ejercicios de formalismo administrativo (en lenguaje actual, “postureo”) tan exagerados que parecen una reducción al absurdo, en los que el objetivo supremo no pasa de registrar la hora de entra o salida de una jornada, firmar un documento o hacer acto de presencia en determinada actuación. Y lo más preocupante no es que lo anterior se tolere, que también, sino que se promociona, siendo ya clásicas las definiciones del buen funcionario como el que “cumple expediente” o “que no se sale del tiesto”, en fiel cumplimiento de una especie de comportamiento autómata que consiste repetir lo que hizo tu predecesor y hará el que te sustituya.
De manera, y aquí viene lo preocupante, que todo aquel que proponga una forma nueva de hacer las cosas o una vuelta de tuerca más en el desarrollo de las funciones, se verá abocado a un esfuerzo realmente heroico para no caer en la desidia o en la resignación, pues verá como su propuesta no se juzga por sus resultados o las bondades de sus efectos en la función pública, sino simplemente por si supone o no más trabajo para el autómata o por si deja o no a la vista las carencias o perversiones del sistema, como si el mismo tuviera que autoprotegerse del exterior, cuando precisamente existe por y para los que están fuera de él.
Por ello, como ocurre en el caso de la sociedad,creo que a la Administración, o al menos en el ámbito al que pertenezco como cuerpo superior jurídico de la misma, le toca una profunda reflexión que preceda a la transformación ya aludida, pasando de unos valores, principios y criterios rectores de su actuación impregnados por el individualismo a otros que de verdad puedan definirse como garantes de la colectividad, empezando por exigir no sólo el mantenimiento o mejora de nuestras ya aventajadas condiciones laborales sino sobre todo porque dispongamos de medios y condiciones en el ejercicio de nuestra función que aseguren que la misma tiene con fin último el interés general y el servicio al ciudadano (propio de la definición con la que se empezada este escrito), aunque todo lo anterior deba (y no sólo pueda) suponer que todos tengamos que asumir más responsabilidades y pasemos a ser un colectivo algo menos privilegiado.
Para mí una Administración sin en esta orientación carece de sentido y no hace sino frenar la necesaria evolución y transformación de nuestra sociedad. Por ello, debemos no sólo permitirla, sino asumirla como propia y ser parte importante de la misma.
Sólo así, con estas dos transformaciones, y sólo quizás, formar parte de una Administración y, sobre todo, de una sociedad pase a redundar en beneficio de TODOS y no sólo de unos cuantos.
David Castell Serrano, letrado de la Seguridad Social
En su obra Stone Age Economics (Economía de la Edad de Piedra), Marshall Sahlins adopta una postura sustantivista de la economía criticando las teorías formales. A lo largo de los seis ensayos que la integran demuestra la presencia recurrente de un modo de producción doméstica tendente a la autarquía.
El objeto de estudio de Sahlins son las sociedades primitivas y su relación con el fenómeno económico, adoptando una visión de la economía donde “lo económico” aparece principalmente como un factor exógeno. Y es que como señala Polanyi en su ensayo El sistema económico como proceso institucionalizado, el significado substantivo de “económico” deriva de que el hombre depende de la naturaleza y de sus semejantes para su subsistencia sin que quepa un análisis formalista de la economía, que cabe reputar como empobrecedor y reduccionista. Gráficamente dirá que “la economía humana está incrustada y enredada en instituciones económicas y no económicas. La inclusión de lo no económico es vital” (Polanyi, 2010, 283). Sobre esta visión, Sahlins construye uno de los estudios más originales y emblemáticos de la Antropología Económica.
Destacaré a continuación los aspectos que entiendo más sobresalientes del estudio de Sahlins, así como los debates que proyectan sobre nuestra sociedad capitalista moderna.
2.IDEAS PRINCIPALES
El imperialismo ideológico propio de las ideas que sirvieron de base a la colonización europea extendió la idea de que la situación vital del hombre primitivo resultaba trágica. Abandonado a su suerte, incapaz de asegurar su sustento y su viabilidad como ser humano, el cazador recolector arrastraba su “escasez” sumido en la más absoluta incertidumbre y penosidad. Sin embargo, estudios etnográficos como el de George Gray sobre los aborígenes australianos sugieren que esta idea resulta equivocada. Destaca Grey que aquellos productos comestibles que los exploradores occidentales consideran demostrativos de la pobreza de los nativos son, por el contrario, los más preciados por ellos. Por otro lado, diversos estudios realizados sobre los bosquimanos demuestran que estos son capaces de cubrir sus necesidades básicas sin necesidad de realizar largas jornadas de trabajo, antes al contrario, en jornadas poco exigentes. Asimismo, “los Hadza, instruidos por la vida, y no por la antropología, rechazan la revolución neolítica para preservar su ocio” (Sahlins, 1977, 41). A juicio de Sahlins, en la Edad de Piedra la proporción de personas con hambre debió ser menor que en la actualidad, actualidad que ofrece un marco desolador al haber convertido el hambre en una institución.
El sistema de producción doméstico, característico de los cazadores recolectores, se basa en un sub-aprovechamiento de los recursos y de la capacidad de trabajo, así como en la insuficiencia de la unidad doméstica para producir lo necesario. Esta sub-producción, sugiere Sahlins, forma parte de la naturaleza de las economías basadas en el modo de producción doméstico. El objetivo de la economía es la supervivencia, el hombre es el objetivo de la producción, no la producción el objetivo del hombre. Sin perjuicio de ello, es evidente que la modalidad doméstica de producción carece de un desempeño brillante. Un importante número de familias no alcanzan la producción necesaria para su sostén, aspecto este que, necesariamente, cabe reputar como conflictivo, y a falta de un desarrollo de instrumentos políticos que mantengan la cohesión social, a falta de instrumentos de resolución de conflictos, las sociedades primitivas resuelven sus problemas mediante la escisión, de modo que la modalidad domestica de producción resulta discontinua en el espacio. Podemos, pues, concluir al respecto, que el desempeño de este sistema de producción impide que los grupos aumenten de tamaño y que las sociedades primitivas se tornen complejas. El alejamiento constituye el único medio de resolución de conflictos, perpetuándose, así, el propio modo de producción doméstico.
Aborda Sahlins, en su estudio, problemas que cabe conceptuar como propios de la filosofía política, comentando el famoso Ensayo sobre el don, de Marcel Mauss. En dicho ensayo Mauss trata los métodos de intercambio en las sociedades arcaicas., tratando de la reciprocidad y el origen antropológico del contrato. La pregunta inicial es: ¿cuál es el principio de derecho y de interés que exige que en las sociedades de tipo primitivo o arcaico el don recibido deba retribuirse? ¿Qué fuerza existe en la cosa dada que obliga a quien la recibe a una retribución?Esa fuerza es el hau. En los diversos textos interpretativos sobre el hau se pone de relieve que la retención de bienes es inmoral. El retenedor queda expuesto a ataques justificados. La sociedad primitiva es incapaz de justificar la ganancia a costa de otros y rechaza la libertad de hacerlo. Nadie debe ganar aprovechándose de su semejante, de modo que “Mauss sustituye la guerra de todos contra todos por el intercambio de todos contra todos” (Sahlins, 1977, 187). El don se constituye en el medio de evitación del conflicto, la retribución se erige en instrumento de paz social. La falta de retribución rompe el equilibrio de la sociedad y constituye un evidente peligro para su cohesión. Concluye Sahlins que “todo intercambio, al encarnar cierto coeficiente de solidaridad, no puede ser comprendido en sus términos materiales dejando de lado sus términos sociales”. Como vemos, nuevamente se presenta la economía incrustada en la sociedad, integrada dentro de esta, dentro de las posiciones sustantivas a que hacíamos alusión en el inicio de nuestro análisis.
Finalmente, y entre los aspectos más relevantes del ensayo comentado, Sahlins formula una teoría primitiva sobre el valor del intercambio afirmando que los precios son establecidos por el tacto social. “La diplomacia económica del comercio consiste en devolver algo más” (Sahlins, 1977, 325). Los condicionantes materiales que solemos denominar con los términos “oferta” y “demanda” no se definen por la relación entre la cantidad peticionada y la ofrecida de un determinado producto, que el análisis económico ortodoxo supone que confluyen en la fijación de un precio de mercado, sino que tales conceptos se subsumen en la realidad social a través de acuerdos de buen trato. Como gráficamente dirá Sahlins “la flexibilidad económica del sistema depende de la estructura social de la relación comercial” (Sahlins, 1977, 336). La conformación del precio es algo más que un mero juego de oferta y demanda, incorporando motivaciones sociales y otros factores que difícilmente son compatibles con la visión formalista de la economía, conceptualmente desgajada del hecho social.
Por otro lado, no podemos dejar de subrayar que una de las grandes contribuciones de Sahlins a la Antropología Económica es el estudio de los distintos tipos de reciprocidad. Así, distingue entre reciprocidad generalizada, reciprocidad equilibrada y reciprocidad negativa, distinción que, por otro lado, se constituye en canónica al venir reflejada en el manual de Kottak. La reciprocidad generalizada se corresponde con el altruismo, con el “don puro”. Los bienes se mueven en una sola dirección. A este tipo de reciprocidad le corresponden comunidades con órdenes jerárquicos establecidos, produciendo efectos redundantes sobre el sistema de jerarquía. Y es que, a menudo, “una alta jerarquía solo se ve asegurada o sostenida por una generosidad siempre en aumento, la ventaja material está del lado del subordinado” (Sahlins, 1977, 214). La reciprocidad equilibrada se corresponde con el punto medio, presumiéndose la equivalencia. Es el vehículo clásico de la paz, una disposición a dar lo que se ha recibido; alianzas matrimoniales, tratados de paz o alianzas colectivas serían manifestaciones de este tipo de reciprocidad. Por último, la reciprocidad negativa estaría informada por el intento de obtener algo a cambio de nada gozando de impunidad.
3.VALORACIÓN PERSONAL
Economía de la Edad de Piedra constituye una crítica sagaz al sistema capitalista liberal y a la ideología colonizadora que “civilizó” a las sociedades primitivas. Sahlins pone en valor la sociedad primitiva al denunciar, siquiera sea subrepticiamente, la superioridad moral de esta cuestionando la visión occidental de la economía como ciencia de la escasez.
Entiendo de capital importancia el estudio por cuanto nos permite cuestionar el discurso dominante que ve en la sociedad occidental el culmen de la civilización y de la virtud. En esta línea de pensamiento, al cuestionar el análisis económico formalista, nos dota de valiosas herramientas argumentales al permitirnos criticar las bases de nuestra civilización. Particularmente, me parece muy acertada esa visión que afirma ser el hombre el objetivo de la producción y no la producción el objetivo del hombre. También resulta relevante, desde mi punto de vista, la reflexión tendente a cuestionar que la revolución neolítica haya sido positiva para el ser humano. En este punto, ensayos de divulgación como el escrito por Yuval Noah Harari bajo el título De animales a dioses, me habían permitido una primera aproximación crítica al neolítico como momento histórico que marca la infelicidad del hombre.
No me gustaría terminar este trabajo sin reproducir un pensamiento de Claude Levi Strauss, pensamiento que cuestiona la base moral de nuestra civilización y el discurso hegemónico del colonialismo. Dice así: “los blancos invocaban las ciencias sociales, mientras que los indios confiaban más en las ciencias naturales; y en tanto que los blancos proclamaban que los indios eran bestias, éstos se conformaban con sospechar que los primeros eran dioses. A ignorancia igual, el último procedimiento era ciertamente más digno de hombres” (Levi-Strauss, 2017,101).
BIBLIOGRAFÍA
–Levi-Strauss, C. (2017). Tristes Trópicos. Barcelona: Paidós.
-Polanyi, K. (2010). El sistema económico como proceso institucionalizado. In Lecturas de Antropología Cultural y Social (pp. 275–306). Madrid: UNED.
-Sahlins, M. (1977). Economía de la Edad de Piedra. Madrid: Ediciones Akal.
Un teólogo, probablemente una buena persona con ideas terraplanistas, califico con sobresaliente este trabajo dedicado a uno de lo miembros más destacados de la Ilustración Radical.
Con el término Ilustración, por lo demás impreciso e inadecuado, se define el movimiento intelectual de alcance mundial que tiene lugar a finales del siglo XVIII con importantes consecuencias sociales y políticas. Este período se caracteriza por su fe en la racionalidad humana y por un temperamento crítico, escéptico, empírico y práctico.
Tiende a presentarse la Ilustración como un movimiento relativamente homogéneo que proclama la libertad del hombre, critica la servidumbre que deriva de la autoridad y exige la educación como instrumento a través del cual los hombres pueden alcanzar dicha libertad. “¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber! Nos dirá Kant en su breve ensayo Qué es la Ilustración. Sin embargo, hubo dos corrientes ilustradas claras y en pugna: la denominada moderada, que postula un equilibrio entre la razón y la tradición apoyando ampliamente el statu quo, y la radical, que fundía cuerpo y mente y consideraba la religión como pura superstición (Jonathan Israel,28, 2015). Pero la Ilustración radical va más allá del mero ateísmo y proclama como valores la democracia, la igualdad sexual y racial, la libertad completa de pensamiento y el Estado secular(Jonathan Israel,7,8 2015). Mientras la Ilustración moderada defendía el principio aristocrático, la radical afirmaba el principio democrático. Al mismo tiempo que los moderados gozaban del favor de los monarcas, los radicales publicaban sus obras con seudónimos o sufrían la censura, inclusive la autocensura. En la primera destacan autores como Montesquieu, Hume y Voltaire; en la segunda mentes como las de Diderot, D´Holbach o Helvetius.
El objetivo del presente trabajo es poner en valor una de las obras más importantes de la Ilustración radical. Y es que, a pesar de que D´Holbach apenas ocupa unas pocas líneas en cualquier historia de la filosofía, entiendo que su Sistema de la naturaleza reviste mayor importancia de la que, a menudo, se le ha dado en los círculos académicos. Para alcanzar este objetivo, y tras realizar unos breves apuntes sobre la biografía y obra de Holbach, abordaré las principales ideas de su Sistema. Sobre la base de ellas, y de la bibliografía estudiada, que se cita a lo largo del trabajo, realizaré las oportunas conclusiones con la finalidad de justificar mi tesis.
D´Holbach nace el 8 de diciembre de 1723 en Edesheim, el Palatinado alemán. Su infancia transcurre entre viñedos y casas de madera. Hijo de un acomodado viticultor, su vida cambia decisivamente cuando el barón Franz Adam d´Holbach, tío suyo, le adopta en 1728. Rebautizado como Thiry d´Holbach, el niño muestra un gran interés por las ciencias. A los 12 años su tío le lleva a París, donde aprenderá francés. En 1744 ingresa en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, la institución educativa europea más importante, por delante de Oxford y Cambridge que, “si hemos de creer a Samuel Johnson, eran básicamente lugares donde los hijos de los ricos iban a emborracharse” (Philipp Blom, 65, 2018). En 1748 o 1749 regresa a París llevando consigo una mentalidad radical y unos sólidos conocimientos científicos. Se casa en 1750 con Basile Geneviève Suzanne d´Aine, pariente suya, enviudando tres años después. En 1755 se casa con la hermana de su primera mujer.
Escribe frenéticamente, miles de páginas, y colabora en diversos artículos de la Encyclopedie. Su salón es famoso en toda Europa. Por él pasarán los personajes más importantes intelectualmente, desde Buffon a Hume, pasando por Beccaria, Adam Smith o Condorcet. Publica gran parte de su obra bajo seudónimos. Muere en París en 1789. En 1820 su amigo Naigeon pone en conocimiento público la lista de escritos del barón publicados bajo seudónimo.
Siguiendo a Onfray (Michel Onfray, 223, 2010) podemos distinguir tres momentos teóricos en la obra de Holbach. El primero persigue la deconstrucción de la religión y del cristianismo en particular. En 1761 publica el Cristianismo al descubierto. En 1767 el Diccionario resumido de la religión cristiana. Tres años después la Historia crítica de Jesucristo.
La primera de las obras citadas, publicada con el seudónimo de Boulanger, constituye un furibundo ataque contra la religión. “El medio más seguro de engañar a los hombres y perpetuar sus perjuicios es engañarlos desde la infancia. En casi todos los pueblos modernos, la educación parece tener como único objetivo formar fanáticos, devotos y monjes, es decir, hombres nocivos e inútiles para la sociedad” (Holbach,24 2017). La idea de la religión como engaño se repetirá a lo largo de su obra.
La segunda etapa de su obra pretende la elaboración de un materialismo sensualista y ateo. A esta etapa pertenece su obra más importante, el Sistema de la naturaleza, del que hablaremos más adelante.
El tercer momento recoge la propuesta de una política eudemonista y utilitarista. A esta etapa pertenecen su Sistema social, Política natural y Etocracia.
El conjunto de la obra de Holbach es difícil de valorar. Con razón se la ha tachado de fatigosa y reiterativa, de carecer de una sistemática. Sin embargo, me quedo con la conclusión que vierte el profesor Bermudo en el epílogo del Sistema de la naturaleza. Para este filósofo, “la filosofía de Holbach no es la de un profesor que persigue una cátedra en la Universidad alemana a principios del siglo XIX o que elabora una tesis en 1980: es un texto que recoge, ordena y coordina ideas en una síntesis que pasa a ser una visión del mundo utilizable en su tiempo como arma de combate (…). Si se lee sin prisa y sin prejuicios para pensar o repensar los temas planteados, tiene sabor a contemporánea”(Holbach, 654, 2016).
La publicación del Sistema de la naturaleza en 1770 bajo el seudónimo de Mirabaud causó un gran revuelo. Condenada y quemada por la Iglesia en diversas ocasiones, la mera circunstancia de que fuera contestada con tanta vehemencia constituye un elemento que permite afirmar su importancia. No en vano, la obra “llevó a Voltaire a reconsiderar todas sus posiciones filosóficas y a reorganizar su estrategia polémica, llevándole en su última década a desplazar su atención desde casi todo, rebajar su ataque al cristianismo y concentrar sus ataques en el spinozismo, el ateísmo y el materialismo” (Jonathan Israel,180 2015). Y es que la Ilustración de la única sustancia, la radical, ponía en cuestión la religión, agostando sus cimientos. Así, “la Ilustración blanda de Kant y Voltaire era muy acorde con los valores burgueses. Se celebraba la razón, pero se la dejaba confinada a la ciencia, donde no amenazaba con violar el terreno sagrado de la religión” (Philipp Blom,406, 2018). Por el contrario, la Ilustración radical amenazaba directamente el orden social y político.
El voluminoso Sistema de la naturaleza empieza con una declaración de principio: “los hombres se equivocarán siempre que abandonen la experiencia por sistemas alumbrados por la imaginación” (Holbach,29, 2016). El hombre es un ser puramente físico cuyo desconocimiento de la naturaleza le lleva a creer en seres imaginarios. “Es un todo que resulta de las combinaciones de ciertas materias dotadas de propiedades particulares” (Holbach,35, 2016) y un instrumento pasivo en manos de la necesidad, necesidad que no es sino el lazo infalible que existe entre las causas y los efectos. Cuando aquellas no nos son conocidas, cuando ignoramos las causas naturales que producen los efectos, utilizamos impropiamente la palabra azar, a partir de la cual vertebramos la idea de un Dios, causa oculta de los efectos que vemos. “Los hombres solo emplean la palabra Dios cuando el juego de las causas naturales y conocidas deja de ser visible para ellos” (Holbach,274, 2016), de modo que el principal enemigo del ser humano es el desconocimiento, que hay que combatir, pues “si la ignorancia de la naturaleza dio luz a los dioses, el conocimiento de la naturaleza está hecho para destruirlos” (Holbach,279, 2016). Las pruebas sobre la existencia de Dios no poseen la más mínima consistencia, constituyen meros juegos de prestidigitación. Por otro lado, el hecho de que la mayoría de los hombres posea creencias religiosas no es un argumento en favor de la existencia de Dios, pues “antes de Copérnico no había nadie que no creyera que la Tierra estaba inmóvil y que el Sol daba vueltas a su alrededor (Holbach,323, 2016). Asimismo, para Holbach, “la prueba más poderosa de que la idea de la divinidad está fundada en un error es que los hombres han llegado a perfeccionar poco a poco todas las ciencias que tenían por objeto alguna cosa real, mientras que la ciencia de Dios es la única que nunca ha sido perfeccionada” (Holbach, 320, 2016).
No deja de sorprenderle a Holbach con qué facilidad se engaña el hombre al afirmar su superioridad con respecto al resto de seres de la naturaleza. Así, para Holbach, “el hombre no tiene razones en absoluto para creerse un ser privilegiado en la naturaleza, está sometido a las mismas vicisitudes que sus otros productos” (Holbach,86, 2016). En esta línea de pensamiento, es probable que debamos observar la influencia de Buffon, un visitante habitual de la Rue de Royal, para quien, probablemente, “los humanos son meros simios que se distinguen de los seres peludos encerrados en jaulas del Jardín du Roi no por la especie a la que pertenecen sino solamente por matices imperceptibles” (Philipp Blom, 101, 2018). Sin duda, no puedo dejar de subrayar el carácter profético de esta afirmación, singularmente después del desciframiento del genoma humano, genoma que pone de manifiesto que compartimos con los chimpancés el 99% de los genes.
Supuesto el hombre como ser material en manos de la necesidad, resulta absurdo y contrario a todo espíritu científico suponerle dos sustancias, una física y otra espiritual, pues un ser privado de extensión carece de la propiedad del movimiento, de modo que no cabe sino ver contradicción y, por consecuencia, imposibilidad, en una sustancia espiritual móvil. La sensibilidad no es producto del espíritu sino de nuestro organismo, “sentimos con la ayuda de nervios que se extienden por nuestro cuerpo, el cual no es, por así decir, sino un gran nervio parecido a un gran árbol, cuyas ramas experimentan la acción de las raíces comunicada por el tronco” ((Holbach, 95, 2016). A continuación, siguiendo a Locke, distingue entre la sensación, que no es sino una sacudida dada a nuestros órganos, la percepción, que es esta misma sacudida propagada hasta el cerebro, y la idea, que es la imagen del objeto que da origen a la sensación y la percepción (Holbach,98, 2016).
La propia esencia material del hombre, las distintas combinaciones de materias que lo constituyen, introduce entre ellos la desigualdad. Los hombres son desiguales, si bien dicha desigualdad no es vista como negativa por el barón sino que, muy al contrario, contribuye a sostener la sociedad, convirtiendo a los hombres en necesarios unos para otros, todo ello en el bien entendido de que para que así ocurra, para que los hombres sean útiles unos a otros, debe repudiarse todo sistema moral basado en la espiritualidad, pues “el dogma de la espiritualidad del alma ha convertido la moral en una ciencia conjetural que no nos permite conocer en absoluto los verdaderos móviles que deben emplearse para actuar sobre los hombres” (Holbach,108, 2016). Los remedios espirituales son, en el mejor de los casos, inútiles, en el peor, directamente dañinos. El hombre no es ni bueno ni malo; lo serán, en todo caso, las leyes o la educación bajo la cual se desarrolle. Sin embargo, ¿el hombre es libre? ¿acaso la negación de Dios no conduce a un determinismo mecanicista que anula su voluntad? Esa parece ser la conclusión de Holbach para quien “las acciones de los hombres nunca son libres, son siempre consecuencias necesarias de su temperamento, sus ideas recibidas, las ideas verdaderas o falsas que se hacen de la felicidad, sus opiniones reforzadas por el ejemplo, la educación y la experiencia diaria” (Holbach,159, 2016). Sin embargo, es probable que se haya exagerado intencionadamente el determinismo biologicista de Holbach sin hacer mención o sin detenerse en el determinismo social. En efecto, según mi criterio, el barón cree y sostiene que un cambio en la educación producirá efectos positivos en el ser humano, sin que ello suponga contradecir la esencia material del hombre. Así, “Holbach postula la fuerza de una razón bien conducida a manera de motivo capaz de invalidar los otros motivos, la razón actúa como antídoto del determinismo” (Michel Onfray,251, 2010). Esta idea se ve reforzada por la reflexión que hace el barón sobre Newton, un genio que, víctima de una educación llena de prejuicios “no es más que un niño cuando sale de la física y de la evidencia para perderse en las regiones imaginarias de la teología” (Holbach,352, 2016).
Tras el examen del libre albedrío, el barón afirma su utilitarismo y la necesidad de conservación de la sociedad a través de las leyes, cuya finalidad es el interés general preservando la propiedad y la seguridad. No se le escapa a Holbach el concepto de injusticia, si bien antepone la aplicabilidad de las leyes. Efectivamente, nos dice, “la ley es injusta cuando castiga a quienes no ha dado educación ni principios honrados ni ha impulsado a adquirir las costumbres necesarias para la conservación de la sociedad” (Holbach,175, 2016). Llamar justicia a un sistema que condena a los más débiles a muerte por robar una escasa porción de los superfluo al rico no es sino manifestación de hipocresía. “La ley, caprichosa y arbitraria determinó por sí sola lo que era honrado, la jurisprudencia fue inicua y parcial, la justicia tuvo su venda ante los ojos solo para los pobres” (Holbach,416, 2016) Una horrible iniquidad. Iniquidad que, no obstante, no le impedirá en Etocracia, justificar la pena de muerte, contrariando, así, la doctrina de Beccaria, uno de los invitados a su salón, en la obra De los delitos y las penas.
Para Holbach, la religión no es sino un engaño a través del cual los monarcas y sacerdotes alienan al pueblo. Si los gobiernos actuaran con justicia no necesitarían someter a sus súbditos con fábulas. El súbdito, que no hace sino ver que el crimen es premiado y la virtud castigada, no puede sino llegar a la conclusión de que el vicio es un bien y la virtud un sacrificio personal, como propiamente podría concluir un ciudadano de nuestro tiempo al observar cómo, en múltiples ocasiones, el corrupto poderoso resulta premiado y las instituciones que preconizan la virtud son ejemplo de depravación. Y es que, como afirma Holbach, en la conclusión de la primera parte del Sistema de la naturaleza, “los errores del género humano proceden de haber renunciado a la experiencia, al testimonio de los sentidos y a la recta razón para dejarse guiar por la imaginación, a menudo engañosa, y por la autoridad, siempre sospechosa” (Holbach,259, 2016). Esta autoridad, representada en el ámbito religiosos por los sacerdotes, prohíbe a los hombres razonar y los confunde con conceptos abstrusos. No cabe dudar de que “los primeros que tuvieron la osadía de decir a los hombres que en materia de religión no les estaba permitido consultar su razón ni los intereses de la sociedad se propusieron, evidentemente, convertirlos en juguetes o instrumentos de su propia maldad” (Holbach,314, 2016). Estos iluminados, lejos de fomentar la paz entre los seres humanos, predican el odio y empujan a los hombres a matarse unos a otros, todo ello sobre la base de disputas teológicas absurdas o por pura vanidad. Y es que “los sacerdotes son en general los más bribones de los hombres; los mejores entre ellos son malos con buena fe” (Holbach,412, 2016).
El sistema moral de Holbach ha de basarse en el ateísmo, en una educación libre de prejuicios y consciente de que los hombres siempre van a conceder más importancia a aquello que no comprenden. De ahí que los enigmas deban abordarse con espíritu científico, sin acudir a quimeras. Gráficamente nos dirá que “el ateísmo bien entendido está fundado en la naturaleza y la razón, que no harán nunca lo que hace la religión: justificar y expiar los crímenes de los malvados” (Holbach,480, 2016). Y afirma, contra Voltaire, que “las falsas ideas que tantas personas tienen sobre la utilidad de la religión, a la que consideran adecuada, al menos, para contener al pueblo, proceden del funesto prejuicio de que existen errores útiles y de que las verdades pueden ser peligrosas” (Holbach,485, 2016). No es cierto que la religión pueda servir como herramienta de contención pues “el ateo, por malo que lo imaginemos, hará como máximo lo mismo que el exaltado al que su religión empuja al crimen, que ella transforma en virtud” (Holbach, 494,2016). Lo que sucede es que “los soberanos detestan la libertad de pensamiento porque temen la verdad, esta verdad les parece peligrosa porque condenaría sus excesos” (Holbach,503, 2016).
En conclusión, y para Holbach, la auténtica moral es la de la naturaleza. Esta moral “es la única religión que el intérprete de la naturaleza ofrece a sus conciudadanos, a las naciones, al género humano, a las generaciones futuras, de vuelta de los prejuicios que han turbado tantas veces la felicidad de sus antepasados” (Holbach,519, 2016).
A mi juicio, y sin necesidad de compartir la opinión de Jonathan Israel sobre el cambio radical que la publicación del Sistema produjo en el pensamiento de Voltaire, no puede sostenerse la irrelevancia del Sistema de la Naturaleza. Desde mi punto de vista, la importancia de la obra reside en los siguientes extremos:
1) En primer lugar, el Sistema constituye la obra principal del primer filósofo plenamente materialista de la historia, aspecto este que permite afirmar su importancia.
2) En segundo lugar, la radical crítica a la religión, particularmente a la Iglesia Católica, avanza la idea del Estado de Derecho como régimen en el que los poderes públicos están sujetos al ordenamiento jurídico, sin que quepa dar cobertura a situaciones de privilegio o dispensa de ley. Si bien no resulta necesario declararse ateo para defender este sistema político, no puede desconocerse la importancia del declive del poder de la Iglesia como eje vertebrador del Estado de Derecho, de modo que en aquellas naciones que no han logrado superar el carácter confesional de su sistema político, difícilmente existe algo más que arbitrariedad revestida de teología o despotismo. En este punto, considero a Holbach un auténtico visionario, alguien que en su Sistema logró erosionar los cimientos del Áncien Régime poniendo de manifiesto sus debilidades e inconsistencias.
3) Por otro lado, si bien su pensamiento jurídico no reviste un gran interés para la filosofía del derecho, es importante subrayar que su afirmación del interés general a través de la defensa de la propiedad y la seguridad, entronca con las ideas propias de los regímenes liberales de carácter burgués propios del siglo XIX, si bien avanzando, proféticamente, sus debilidades. Y es que, desde mi punto de vista, la importancia que atribuye Holbach a la educación, piedra angular de su sistema moral, permite atisbar ciertos elementos propios de la socialdemocracia, que no niega la desigualdad, pero pretende corregir sus excesos valiéndose, entre otras medidas, de un sistema educativo universal.
4) La religión jamás puede afirmarse como un instrumento útil de control social. Esta afirmación es capital en su Sistema y le enfrenta, sin matices, al pensamiento de Voltaire, quien la defiende como instrumento de contención del pueblo. Creo que no puede dudarse, en la actualidad, de que todo sistema verdaderamente democrático debe abandonar la tentación de utilizar la religión para perpetuar la ignorancia y la servidumbre.
5) Finalmente, su concepción mecanicista del hombre, concebido como necesidad, no deja de situarle, en cierta manera, como un precursor, rudimentario si se quiere, de la moderna neurociencia, particularmente, del materialismo emergentista.
Llamo terraplanismo jurídico a la concepción del derecho, hegemónica en España, que propugna la plena identidad entre el contenido de los códigos y las sentencias judiciales. En forma más simple, el jurista terraplanista es aquel que entiende que los jueces, independientes e imparciales, resuelven de forma ajustada a derecho las pretensiones opuestas de las partes, y que los conceptos subjetivos son corregidos por una supuesta depurada técnica jurídica que posee el juzgador, depurada técnica consistente en una repetición patológica y cuasi inconsciente de preceptos que poseen un único sentido.
El jurista terraplanista es, por encima de todas las cosas, un individuo con fe, educado en la fe y sin capacidad para explorar otros sistemas. Alguien que se desmoronaría si llegase a la convicción de que el derecho, tal y como él lo entiende, nunca ha existido. La fe del terraplanista se cultiva desde la infancia, en escuelas privadas o concertadas cercanas a la Iglesia Católica, firme defensora del privilegio de unos y la subordinación de la gran mayoría. Iguales ante los ojos del Señor, desiguales ante los del Príncipe. Así, el primer objetivo de la educación terraplanista es la obediencia ciega al sistema. Consiste en amputar la capacidad de razón del niño para sustituirla por la creencia en el absurdo. Un buen niño terraplanista debe aceptar la existencia de milagros inexplicables para, pasados los años, aceptar la existencia de un sistema jurídico inexplicable.
El joven terraplanista llega a la universidad aceptando los binomios riqueza-bondad, pobreza-maldad, sin plantearse jamás el origen de una y de otra. Convencido de que la justicia es aquello que beneficia al poderoso y que, consiguientemente, coincide con los preceptos de los códigos que estudia, el aplicado terraplanista aspira a convertirse en un respetado juez, fiscal o jurista de la Administración. Repetir, repetir y repetir, como los soldados en las maniobras militares, hasta ver anulada su voluntad. Cuanto más exacta sea la repetición, mejor puntuación obtendrá en los exámenes. El más perfecto opositor es el que alcanza el mayor grado de obediencia ciega.
Sobre este esquema se reproduce un sistema jurídico patológico al servicio de una minoría, perpetuando situaciones de poder basadas en un discurso mendaz. La justicia, presuntamente ciega, casi siempre acaba posando sus reales sobre la cabeza de los débiles.
Este blog aspira, desde una posición marginal, a confrontar ideas con el paradigma dominante para demostrar su iniquidad e inconsistencia. No se escribe ni a favor ni en contra de personas concretas sino a favor y en contra de ideas concretas.